Columna de Opinión: La Relegada Clase Media Chilena

Unknown | 9/25/2011 01:31:00 p. m. | 0 comentarios

Por; El Comunicador y Relacionador Público, Juan Sebastián Martínez Rivera

Por lo general la pobreza tiene un rostro amable, cooperativo, muchas veces mal visto pero siempre ha tenido mejores asistencias y ayudas a diferencia de los que tienen más recursos que la mayoría (porque es cierto, el 10% tiene más del 60% de los recursos).

Gente que tiene mucho y que quiere más, gente que no necesita tanto y roba por montones, por millones, a destajo y amortajando las humildes ambiciones de aquellos que no tienen tanto pero que casos particulares se aprovechan de vacíos legales, agujeros en sondeos, vacíos que marcan y les dan pie para ser aprovechados. Aquellos “abusados y violados” por un sistema capitalista en donde son forzados a vivir en un rincón de las ciudad, alejados porque “son feos”, “huelen mal”, “roban”, “son flaites”, “peligrosos” y “marginales”. Aquellos que durante los sondeos tienen piso de tierra, no tienen luz, gas ni agua potable pero tengan por seguro que a los más pequeños jamás les faltará las zapatillas Puma, el polerón Nike, los lentes Armani. A la señora jamás le faltará un buen perfume, y ¡por favor! No me vengan con que usan colonia inglesa, pachuli o lo que mejor y más barato le salga en la farmacia. Esa señora que anda al día en la moda de patronato o Fashion Park, pero que con suerte para la olla y con suerte puede llegar a la once porque siempre, para ellos, es mejor aparentar ante el resto que percibir su propia realidad. Al marido u hombre de la casa (si es que permanece y no se ha ido con alguna otra mujer o anda trabajando) jamás le va a faltar el LCD, Led o plasma, ni mucho menos CDF Premium para ver al popular equipo de moda, jamás le va a faltar el equipo de sonido, jamás les va a faltar nada, EXCEPTO todo lo que puedan obtener de la municipalidad y de los gobiernos porque “lo necesitan, no lo tienen” y, mi favorita: “el gobierno TIENE QUE ayudarnos”.

No discrimino ningún extremo socio-económico, sólo realzo la situación en mi país respecto a estas realidades pero, entre ese cielo y ese infierno (y lo dejo a UD, que me escucha, decidir cuál es cuál) estamos nosotros: La clase media, la clase media chilena.
Es verdad que nosotros vivimos relajados, es verdad que vivimos prácticamente bien respecto a los que son más pobres y es verdad que somos felices (en lo personal) teniendo lo que tenemos y no ambicionando el exceso de materiales que tienen aquellos que poseen mucho más que el resto. Pero somos esa clase que, para ser felices y vivir tranquilos; vivimos al día, con lo justo, con la plata del pasaje, para el pan, el jugo, echar bencina al auto, la colación del (los) niño(s) y cosas que nos mantienen ocupados día a día, con nuestras cabezas orbitando bajo pero soñando en grande para superar los problemas. Problemas que parecen pequeños cuando llega el viernes y podemos distender de la catarsis semanal que significa la rutina, un día viernes que es de dulce y agraz porque el sábado nos levantamos con culpa de haber gastado esa plata en alcohol, cigarros, mujeres y/u otro vicio.

Pero tenemos derecho, ¡OH sí que tenemos derecho mis queridos amigos!, nos hemos ganado este derecho, porque somos nosotros, el 70% del engranaje que mueve este país, somos ese 70% que se levanta a las 6:30 de lunes a viernes, se ducha, se viste, TRAGA porque con el taco casi no tomamos desayuno, sale de la casa con el pelo mojado (para agarrar una buena sinusitis o resfriarse y ganarse, de mala manera, un par de días en la casa y descansar), ese 70% que toma la micro Y/O EL QUE PUEDE Y ALCANZA un colectivo o como se ha hecho de manera fabulosa hoy en día, los móviles comunitarios (que es una persona con auto que toma a otra gente que está en su trayecto hacia su trabajo y que los acerca hacia su destino no sin antes obtener una pequeña “colaboración” por parte de sus pasajeros, colaboración que es parecida a una tarifa de locomoción colectiva pero menos costosa y más amena). 

Ese 70% que llega al trabajo a la hora justa para encontrarnos con el jefe que viene con mala cara porque la señora se pasó todo la tarde de ayer en la peluquería y no se fijó que “la Rosita” le planchó mal las camisas, así que el pobrecito tuvo que ponérsela tal cual porque no alcanzaba entre la ducha, el desayuno continental, sacar el auto, llegar al trabajo, quedar bien estacionado ya que nadie les puede tocar el “menche” (porque es ampliamente conocido que como son jefes, se  creen amos y señores feudales de los estacionamientos), y subir a la oficina. Te topas con ese jefe parco, frío, distante, que ya no te da miedo sino que te da rabia porque dices “como cresta es jefe si educación no tiene, un “buenos días” es gratis y no ganas menos saludando”. Ese 70% que tiene que dejarse hecho el almuerzo para la colación porque sino ¡cagaste! Y el kiosco se transforma en una triste, penosa y poco alimentaria opción; porque ni hablar de gastar 2 Lukas en un sándwich + una bebida a la vuelta de la oficina porque estará lleno, porque tienes que comprar pan a la salida, echar bencina al auto, la colación de los niños, comprar un jugo para la once y/u otras cosas en las cuales más importantes. Así que de inmediato desechamos la opción de la fuente de soda a la vuelta de la oficina e insistimos en el kiosco que, a esa altura del día, es barra libre a precio módico.

Para cuando terminas de comer, que si bien es cierto tragas porque, con suerte, en una hora tienes que calentar el almuerzo o haber bajado al kiosco, fumar o tomarte un café, meditar en el baño, mirar a los demás como se comen ese sándwich del que te privaste, lavarte los dientes y mirarte al espejo sólo para pensar que todo puede ser peor pero jamás mejor, porque así es el chileno y PUNTO, puedes llegar a tu oficina, reinstalarte y llevarle los papeles a tu jefe para que los firme y les ponga timbre, sólo para que la secretaria te diga “ay! ¿Puede volver después? Es que Don Javier aún está en colación”. Así que te bancas la espera hasta que te firman y timbran el informe, terminas tu pega, tomas tu bolso, caminas un par de cuadras, compras el pan, la bencina, colación de los niños y, entre tanto en que pensar olvidaste lo más importante, hoy estás de aniversario con la gorda y no puedes, ¡no puedes, ni se te ocurra! Llevarle cualquier cosa porque tenlo por seguro que ella también te dará “cualquier cosa” en retorno.

Llegas a la casa tipo 8, con todo lo que tenías que traer y más (porque si algo tenemos como fuerte es la capacidad de recobrar la memoria doméstica de que en el supermercado nos acordemos de lo que nos falta en la casa y siempre lleguemos hasta el cuello con bolsas). La gorda en el living con una sonrisa de Arica hasta la Antártica chilena en la cara, te entrega tu regalo, tú le das el suyo, se consuma el intercambio y pasan a buscar a los niños donde tu mamá porque ella entiende; las madres saben y siempre van a saber.

Eso, más o menos, generalizando y perdone Ud. Si se siente pasado a llevar con mi visión, es la rutina del 70% de los chilenos de lunes a viernes para que el fin de semana igual nos levantemos temprano porque los niños quieren salir y/o hay que comprarles ropa, útiles, zapatos, el mcdonalds, los juegos, las fondas, etc.

Somos la clase media, la que tiene problemas al igual que todos, pero no podemos solucionarlos con dinero porque vivimos con lo justo, a fin de mes pagando las cuotas de las tarjetas, contentos cuando es 25 y tristes cuando es 10 y ya estamos jugando con la calculadora (fiel amiga del chileno).

Somos esa clase media que, a diferencia de los pobres, no podemos postular a ningún beneficio social porque ganamos lo suficiente como para no necesitarlo, pero cuando vamos a una entidad financiera a postular para un crédito millonario nos cierran la puerta porque no ganamos lo suficiente como para ser solventes, a diferencia de los que ricos en este país.

Somos esa clase media que marcha cuando hay que marchar, se enoja y mete miedo a los que están más arriba, somos el 70% que si paralizamos el país se va a la carajo, somos ese porcentaje que sigue alimentando los lujos de los ricos y la flojera de los pobres.

No me malentienda, no me quejo de que el rico sea rico, ni de que el pobre sea pobre porque: no tiene por donde, no tiene educación ni 4to medio para trabajar en algo o es flojo. Mi rabia es contra este sistema que nos encasilla al medio, que nos cierra las puertas pero que no nos abre ninguna ventana, un sistema que beneficia al desposeído, que se jacta que no tiene nada pero jamás le falta la tele. Mi rabia es contra este sistema que protege al rico porque según este sistema; “es él que genera el recurso para que este país funcione en base a este excelente modelo económico”, un enojo porque de pequeño, siendo hijo de minero me encasillaban diciendo que mi papá ganaba sueldos fastuosos y nos dábamos la vida del oso y siempre me preguntaban que por qué no estudiaba en el Inglés o en los Mochos, el sistema me encasillaba porque mi papá tuvo que pagarme 3 años de universidad, 3 años de ensuciarse los pulmones y agarrar silicosis, 3 años de malabarismo financiero (oficio que le viene como anillo al dedo a nuestra clase económica), 3 años de turnos extras para que pudiera tener un cartón que dejé a medio camino, 3 años porque el sistema les dijo a mis papás que ellos ganaban lo suficiente como para poder pensar en una beca o crédito con aval; 3 años que tuvieron que apretarse el cinturón con mis otros 3 hermanos y desviar gran cantidad de recursos para que yo estudiara.

Somos de la clase media que paga por todo, que no se nos da nada, que todo cuesta el doble y más, la clase de Chile que mueve al país, que está siempre, que dona en la teletón, el peso en el supermercado, que le da al del empaque, al del estacionamiento, al que limpia vidrios, al que hace malabarismo en el semáforo, al que pasa vendiendo agujas y escobas casa por casa. Porque así somos, la clase media que vive al día pero que ayuda a vivir al que tiene menos. Presa de este sistema, injusto, pero que tiene sus beneficios. ¿Cuáles? Aún no sabemos.

Pero no todo es tan malo, desde 1920 que la mayoría de la clase política, presidentes y grandes personajes de nuestro país han salido de entre nosotros (con excepción de Allende que perteneció a la oligarquía porteña y también Vicente Huidobro), personajes como Pablo Neruda, Gabriela Mistral, los Parra, Claudio Arrau, etc. Gente que ha pasado por este mundo, por este país, haciéndonos sentir orgullosos de lo que somos, como país, como personas. Pero sólo orgulloso de aquellos que han aportado a algo, no de aquellos que salen  de entre nosotros, suben, nos desconocen, nos mienten, roban, perjudican y pasan a ser de esa clase que lo tiene todo a costa del sudor y sangre del 70%.

Pero todo eso es parte de nuestra clase, la “inmensa mayoría”, esa clase idiosincrásica, esa clase en la que yo, el día de mañana, quiero tener más plata, sacarme el Kino, llegar a la hora, agarrar las luces verdes y que al final del día me alcancé para tomarme un café de máquina. Esa clase media que olvida todo en el happy hour y recuerda todo a dos cuadras antes de la casa. Somos la clase media de Chile, la que lo mueve y siente, somos ese porcentaje, ese ¾ de población que descontenta se hace sentir, pero que ladra y no muerde. Que nos quejamos por todo y muchas veces no movemos ni un músculo.

La clase media que lo tiene todo, tarde mal y nunca, pero lo tiene todo y que lo disfruta con los suyos. La clase media que debería despertar y morder, a la que el jefe descontento con su señora debería saludar porque debería tenernos miedo, no nosotros a él.

Somos los que vivimos al medio, los que de vez en cuando bailamos con la fea pero que todo se arregla con un par de tragos, pisamos lo del perro y nos limpiamos con el pasto, lavamos el auto para que a la media hora se ensucie, salimos apurados y se nos quedan las llaves, la billetera o el carnet. Somos los que no tenemos nana porque no las necesitamos, porque tenemos la crianza de saber planchar, lavar, cocinar y ordenar. Somos los que sabemos estacionar rápido el auto y, a esta altura, nos da lo mismo un rayón más o un rayón menos. Somos los que compramos el pan y con el vuelto un supe 8, compramos el pack de colaciones, llenamos la fila de la benciera el día antes de que la suban, agarramos papa con las promociones de los retail porque queremos tener “eso” que no nos hace falta pero si necesitamos para olvidar la realidad un rato. Somos esos que miran el plato de al lado o el sándwich que se comen al frente pero llegando a la casa el pan con jamón, tomate y mayo supera todas nuestras expectativas. Somos los que vemos las noticias y acostamos a los niños pensando en luchar por todo lo que ellos necesitan. Somos los que llevamos a la gorda a comer afuera porque ya no sabes que cresta más regalarle. Somos los que al final de día se acuestan contentos porque saben que mañana es viernes y así, podemos olvidar esta semana del terror, olvidar el papeleo, el hambre, el frío y el sueño. Para poder salir el sábado con los niños y darnos cuenta de que lo tenemos todo y más. Somos esa clase de gente, la que quedó inmortalizada, sin querer, con la épica frase de Don Carlos Dittborn:
“Porque no tenemos nada, lo queremos todo”.

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